Un día cualquiera del caluroso verano, dos hobbits jugaban alegres en las prósperas tierras de Los Gamos. Y estos eran Meriadoc Brandigamo y Peregrin Tuk, hijos del Señor de los Gamos y del Thain, respectivamente. Meriadoc, conocido como Merry, tenía ya dieciséis años, y aun ni rozada la veintena ya era un hobbit responsable, pero que siempre encontraba tiempo para la diversión y las risas y demás placeres de la vida de los hobbits. El joven Pippin, el nombre porque el que todos conocían a Peregrin, que por aquel entonces solo tenía ocho años, corría tras él, fingiendo que peleaba con un dragón, y usando su gran imaginación para convertir una simple rama que había encontrado tirada en el camino en una poderosa espada. No era más que un niño, y por su cabecita rondaban cada día las increíbles historias del viejo Bilbo Bolsón, que escuchaba cada noche junto a la hoguera, rodeado de pequeños y no tan pequeños hobbits ansiosos de saciar su sed de buenas historias. - ¡Soy el viejo Bilbo, y estoy peleando con Smaug el Terrible para lograr su tesoro! -exclamaba- ¡Los enanos me aclamarán y me darán una gran recompensa, y hablarán de mí en sus historias y canciones!... ¡Halla tu merecido en el frío acero de mi espada, pues ni tu fuego ni tu maldad podrán conmigo! Merry fingía que era el dragón, y rugía amenazadoramente para luego gritar y retorcerse cuando su primo le rozaba con el trozo de madera, y los dos acabaron riendo casi sin aliento y tirados en la hierba. - ¡Algún día seremos unos grandes héroes, ya lo verás, primo Merry! -dijo Pippin, corriendo alrededor de su rendido primo- Y todos hablarán de nosotros, y contarán nuestras aventuras. Estaremos al servicio de grandes reyes, y sobre todo, veremos muchos elfos, y tomaremos sus deliciosos manjares mientras reímos y cantamos bajo el sol... - ¡Y yo seré tan respetado como mi padre, y seré un señor poderoso y valiente, que hará grandes cosas por toda la comarca! -dijo Merry- ¡Ay, pequeño primo! Ojalá tus sueños no fueran tan imposibles para gente como nosotros... Yo tendré que ocuparme de las tierras de mi padre, y tu serás el Thain, y no podrás descuidar tus obligaciones. ¡Eso no es para tí! Pippin le miró entristecido, como un niño al que le rompen un juguete. - ¡Seré el Thain! ¡Pero tambíen haré grandes viajes! Merry le miró asombrado. El pequeño Tuk le miraba enfurruñado, con los labios apretados, el aire contenido y el pecho henchido de orgullo. Y entonces Merry se echó a reir. - ¡Qué espíritu aventurero de Tuk tienes, ya tan joven! Espero que no des quebraderos de cabeza a nadie con esa actitud de cabezota. - ¡Yo no soy cabezota! -exclamó, y se le lanzó encima, y ambos se enfrascaron en una divertida pelea entre risas, rodando por la hierba. Aún riendo, los dos hobbits echaron una carrera hasta el río, y se acercaron a él para saciar su sed y lavar su rostro perlado de sudor. Pippin se inclinó, y por un instante el río le devolvió la imagen de un hobbit adulto, de aspecto jovial pero con unos ojos brillantes y sabios que delataban pureza y determinación en el corazón. En la cabeza de espeso pelo rizado y dorado llevaba un yelmo, plateado como el nácar y negro como el azabache. Y temeroso pero fascinado, Pippin se apartó, y cuando volvió a acercarse volvió a ver su rostro infantil y sonrosado, de ensortijado pelo castaño pero dorado como el trigo, y grandes ojos curiosos reflejado en el agua. Entonces suspiró y dijo: - Merry... ¿Te imaginas que yo fuera, no sé, un caballero? - Sigue soñando, Pip... -rió Merry- Anda, vámonos o llegaremos tarde para la cena, ya va a anochecer. ¡Deprisa! Pippin echó una última mirada a su reflejo, que le devolvió el rostro de un niño desilusionado, hasta que se encogió de hombros, y le sonrió, pues tan rápido como un relámpago penetra un rayito de luz en el corazón de un niño entristecido. <<Algún día...>> pensó, y corrió con su primo colina arriba mientras el ocaso despuntaba en el cielo.
Para Zanthia (Rinaranwen) porque la oscuridad nunca apague la inocencia y alegría de tu corazón. Hannon lë
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